miércoles, 3 de agosto de 2016

The Walking Dead

Empezamos recientemente con mi compañero de vida a ver la serie referida en el título. A mí, que me gusta la cosa terrorífica, me entusiasmó bastante en un comienzo. Además de aquello había leído y oído buenos comentarios; era como la sandía calada.

Debo reconocer que en un comienzo me sentí algo decepcionada, ya que esperaba algo que me asustara o perturbara más. Pero avanzando en los capítulos llegué al punto en el que soñaba que me perseguían y que tenía que andar con un machete cortando cráneos para sobrevivir. Logrado. Realmente se me metió bajo la piel esa sensación de permanente inseguridad que acompaña a los personajes de la serie, y empecé a preguntarme cómo podría una defenderse de semejante amenaza. Hasta le hice prometer a mi pareja que si alguna vez me convierto en zombie, me va a romper la cabeza a hachazos. Conseguí que me jurara cortarme los brazos y sacarme los dientes, para poder mantenerme con vida a pesar de lo muerta que estaría.

Suena ridículo, claro. Nos parece algo sumamente lejano e improbable, imposible, que venga algún tipo de enfermedad o virus desconocido que nos convierta en cuerpos putrefactos moviéndose por el mundo en afán de alimentarse de carne viva. Parece de otro planeta pensar que todo lo que es humano en nosotros se pueda borrar de un plumazo, y quedemos ahí convertidos en carne y hueso, muertos y pestilentes, pero vivos. Los personajes de la serie optan por una vida de huir sin rumbo fijo antes que convertirse en eso. Comienza a regir la ley del más fuerte, ya no solamente “matan” a los muertos vivientes sino que también empiezan a matarse entre ellos. Por comida, por refugio, por armas… En definitiva, por sobrevivir.

Hecha esta reflexión, pongo en las letras lo que realmente me convocó a escribir.

Estos días nos enteramos por las noticias de la muerte de un delincuente a manos de sus víctimas. Un padre y su hijo lo mataron a golpes de puño, pies, y un objeto contundente, luego de haber sido asaltados por él para quitarles su auto. Un portonazo. Después de ocurrido el robo, este padre y su hijo recuperaron el vehículo perdido y posteriormente se dieron a la tarea de perseguir al ladrón para… No sé qué palabra poner aquí. Quizá “darle una lección”. “Vengarse”. No sé. No sé qué buscaban al perseguirlo durante un trayecto de casi dos kilómetros, pero al darle alcance lo que hicieron fue golpearlo hasta la muerte.
Y aquí es donde inserto la analogía con la serie de la que les cuento. He ido viendo la evolución de los personajes y algo que me queda claro es que cuando se impone la sobrevivencia, cuando no hay leyes ni autoridad, cuando se analiza en juicio crítico la importancia de una vida por sobre la otra, se los juro que nos fuimos al carajo.

En esta serie el más fuerte es el que tiene más armas y más soldados. Los sentimientos de compasión, humanidad y solidaridad se deben restringir a los cercanos. A los que son familia. Porque lo que hay que hacer es sobrevivir, es el objetivo primero, último e inmediato, no hay más.

Y este modelo es el que se adopta cuando empezamos a decir que la vida de un delincuente carece de valor y no merece respeto. Nosotros como sociedad podemos juzgar el robo de un auto, la bendita propiedad privada que tratamos de cuidar y proteger con nuestra propia vida. O la del otro. ¿Vale lo que cuesta un auto tener en la conciencia la muerte de un ser humano? Esta pregunta les haría a ese padre y su hijo, que no lo dudo, deben ser lo que denominamos “buenas personas”.

No, no estoy diciendo que tenemos que quedarnos pasivamente mirando cómo vienen a intentar hacernos daño, ya sea económico o personal. Es claro que si alguien entra a mi casa y quiere agredirme, tengo hasta el derecho de defenderme a mí y a mi familia. Pero cuando después del delito yo me propongo buscar al agresor para hacer algo al respecto, es que estoy sobrepasando la línea. Estoy decidiendo que lo mío (llámese existencia, integridad o propiedad) es más valioso que lo de él.

Siento, se los juro, que si empezamos a tomar ese camino, llegaremos a un punto de no retorno, donde traspasaremos a la realidad una vida donde el que tiene más armas o sabe pelear mejor será el que sobreviva. No tengo que aclararles que justamente estos serán los que ahora cometen delitos violentos. No seremos usted ni yo los que duremos más capítulos. Serán los que no sientan asco en matar, robar y violar. De esos va a ser el mundo.

Así que les invito a reflexionar sobre esto de querer sacar las antorchas y los tridentes… Porque lo único que lograremos será que en la involución del ojo por ojo, sean justamente los más débiles quienes desaparezcan primero.