lunes, 11 de julio de 2016

De amores y de sombras



De amores y de sombras


Le estoy casi plagiando el título a una excelente novela a la escritora Isabel Allende. Pero le aclaro que el nombre de esta columna no fue elegido al azar,  sino que tiene un sentido muy claro, al menos para mí. Espero que después de leída, usted también se lo encuentre. 
Hoy quiero hablarle acerca de un libro que comencé a leer recientemente. Me movió la curiosidad, alguna porción de morbo, mi romanticismo un poco añejo y mi placer por la lectura. Así que consideré muy buena idea conseguir la versión en PDF para darle un atisbo y decidir si era tan bueno como para comprar la versión impresa. (Pirata, obvio. ¡No están los tiempos…!) 
Quizá ya sepa de qué libro le hablo. En caso de no, se lo presento: “Las 50 sombras de Grey”, de E.L. James. Para hacer una breve reseña, le explico que es la historia de Christian Grey y Anastasia Steele. Él, multimillonario, empresario, menor de 30 años, guapo, deseado por gran cantidad de mujeres. Ella, joven universitaria, estudiosa, inocente, temerosa de los hombres y virgen del cuerpo y del corazón. Nunca se ha enamorado y tiene una idea del romance sacada de sus libros favoritos. Espera a su príncipe azul. 
Por circunstancias de la vida, se encuentran y la atracción es mutua e inmediata. Cuando comienzan a conocerse, Grey le plantea a Anastasia que ella le gusta mucho, pero deja en claro que no desea una relación estable ni convencional. Lo que quiere es tenerla a su disposición – literalmente -, para ejecutar con ella juegos sexuales con tintes de sadomasoquismo, bondage, dominación, disciplina y sus derivados. Usted se imaginará que para ella la propuesta es casi impensable de llevar a la práctica, pero dado que se enamoró, finalmente decide entrar en ése mundo con la íntima esperanza de que algún día, quizá, él le corresponda. Por tanto, impulsada por algo que ella denomina “su diosa interior”, se lanza a la aventura de dejarse llevar por las inclinaciones de Grey y todo lo que conlleven. 
Hasta ahí, el libro me resultaba interesante. Había un erotismo explícito y algo ñoño, pero no por eso mal escrito, ni descrito. Tampoco había nada ofensivo ni machista en la relación sexual de los personajes; de hecho Grey se muestra a favor de  la igualdad en el derecho a la calidad y cantidad de placer correspondiente a cada uno. Bien ahí. Fui capaz de leer sin problemas sobre la ocasión en que él la castigó dándole de nalgadas. En dicho diálogo, Grey trata de explicar y justificar su afición de manera casi comprensible. Digo “casi”, porque a mí no me convenció. Tuve que detener mi lectura cuando llegué a la parte en que comienza el juego del castigo físico. No lo soporté. 
Dejé de leer, y por ése entonces me encontré con la novedad de que en Twitter varias chicas, de diversas edades y procedencias, manifiestaban su deseo de tener en sus vidas a un Christian Grey, cosa que me dio para pensar durante mucho tiempo. Llegué hasta a preguntarme si no debí terminar de leer la saga para entenderlas mejor. 
Me llamaba enormemente la atención el éxito de una novela donde la protagonista es un modelo de sumisión absoluta y baja autoestima. Se supone que las mujeres de hoy no somos ni queremos ser así. Nos ha costado un esfuerzo de décadas conquistar el lugar que ocupamos en la actualidad, que por cierto todavía no es equivalente al que ocupan los hombres. Aún hay desigualdades y diferencias que deben ser erradicados, algo por lo que muchas de nosotras luchamos desde nuestro espacio personal, sea cual sea este. 
Dado el caso, me resultaba un enigma sin solución que algunas de mis contemporáneas expresaran su deseo de enamorarse de un hombre que no desee apegos emocionales y que además sienta placer al pensar en darles de nalgadas o latigazos. ¿No es contradictorio esto? A mí me tenía la cabeza revuelta, y eso que pertenezco al mismo género. 
Lo que reflexiono es que las mujeres nos sometemos al tironeo de dos fuerzas fundamentales que son contradictorias y constantes. Por una parte, nuestro poder. Es recurrente en mí, desde hace ya algunos años, decir que las mujeres somos poderosas. Somos los pilares familiares, las sostenedoras emocionales, las planificadoras, las emprendedoras, las valientes, las que no renuncian. Llevamos desde el nacimiento el sino de la responsabilidad por los otros, llámense hijos, maridos, padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo, y hasta desconocidos. Las mujeres nacemos con el ADN programado para ser capaces de hacernos cargo de cualquier situación y resolverla con eficiencia y por supuesto, pensando en el bien común. Tenemos un potencial tremendo y casi siempre nos toca ponerlo en práctica por diversos motivos. 
Por otro lado, tenemos el lado oscuro del poder, donde subsiste un atisbo de tiranía que pocas de nosotras querríamos reconocer. ¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando conocemos a un hombre como Grey? Increíblemente, nos atrae. Sabemos que el tipo tiene hartos temas para conversar con el loquero, que podría hacernos sufrir, que nos arriesgamos a amar a alguien que no quiere amarnos. ¿Y qué hacemos? Nos acercamos más. ¿Por qué? Porque pensamos que nosotras, tan especiales, eficientes y poderosas, podremos cambiarlo. 
Sí, señoras y señores, esa fue mi conclusión. Las mujeres tenemos esa idea distorsionada del amor, donde ocurre una de estas dos cosas: 1) Idealizamos al hombre que queremos hasta ponerlo en la categoría de perfecto, príncipe azul o similares, ó 2) Lo vemos tal y como es, con todos sus defectos y errores, pero tendemos a justificarlo mientras imaginamos cómo le “ayudaremos” a corregirlos para convertirse en el hombre que creemos merecer. Ambas actitudes suelen desembocar en sufrimiento, ya sea por decepción o simple fracaso en la tarea titánica de cambiar a otro ser humano, que me atrevo a decir casi en el 100% de los casos no desea ni ha pedido ser diferente de cómo es. 
Mire, no estoy diciendo que cada mujer de la tierra tenga este dilema, pero pienso que a la mayoría le ocurre o le ha ocurrido. Por eso lamento mucho que novelas como “Las 50 sombras de Grey” tengan tanto éxito. Las leen un montón de jovencitas, que con estos personajes y situaciones no hacen más que reforzar la idea de que el súper poder de las mujeres debe ser el de salvar a las almas perdidas para ser y sentirse exitosas. 
Creo que el camino es fortalecer la autoestima de nuestras niñas, diciéndoles que en efecto, son capaces de grandes cosas, pero al mismo tiempo haciéndolas comprender que su mayor responsabilidad es hacerse felices a sí mismas sin sentir culpa por ello. Una mujer que sabe cómo sentirse realizada sola, sabrá cómo lograrlo con una pareja, con los hijos, en un trabajo. No sé a usted, pero a mí me parece que, en definitiva, el beneficio sería para todos.

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